Autoridad de la sierra de Zongolica prohibe hablar con "EL GAY"


“A punta de madrazos te quitaré lo puto”




  • En una comunidad de la sierra de Zongolica, la autoridad prohibió hablar con un gay

  • Advertencia a los niños: “si se acercan al homosexual se volverán iguales”

  • Hay días cuando ninguna palabra pronuncia porque nadie le habla

  • “Mi madre me dijo que la deje morir en paz, que no quiere verme haciendo cochinadas”

Crónica y Fotos de Miguel Ángel León Carmona/blog.expediente.mx 

IMG_5763Existe un decreto en Tlanecpaquila, Veracruz, de la sierra de Zongolica. Allá está prohibido hablar con Eduardo Xóchitl, el único homosexual en la comunidad de 236 habitantes. Los ancianos advierten a sus descendientes que de acercarse, pueden contraer esa horrible enfermedad.

“En mi casa no soy bienvenido. Hace tiempo mi mamá me corrió. Me dijo que me fuera a vivir lejos, donde no me viera. Me da miedo salir a caminar. Me han golpeado en los bailes, me dicen que sólo a punta de madrazos se me va a quitar lo puto”.

Eduardo Xóchitl, de 32 años, es un ser solitario y reprimido. Aceptó dar la entrevista dentro de un consultorio, de la única clínica en la comunidad. Tiene miedo de que sus familiares se enteren. Se talla las manos de nervios y de a poco comienza a descubrir su vida, lastimada por la homofobia.

De oficio campesino, sale a trabajar en punto de las seis de la mañana con la mirada clavada en la tierra. No hace falta presumir sus  buenos modales, nadie le devuelve el saludo. Hay días enteros en los que Eduardo no emite palabra alguna, simplemente no tiene interlocutores.

A los dieciséis años descubrió su preferencia por el sexo masculino en un salón de clases, en su peor estancia como adolescente: “Los chamacos me agarraban entre varios. Me jalaban los pelos, me empujaban y uno me picaba con el lápiz en mi trasero. A la salida me madreaban”.

No fue fácil entender, ni mucho menos aceptar su inclinación por los hombres. Las reglas en Tlanecpaquila, Zongolica, son muy claras desde la infancia. Se dictan a punta de suela de guarache. Existe un solo método para vivir como Dios manda.

Se debe estudiar hasta la secundaria. Dedicarse en vida a la moruna y el zacate. Cortar café de noviembre a febrero. Enamorar a una mujer o a dos. Tener hijos en abundancia. Beber pulque. Usar sombrero. Obedecer a la madre. Golpear recio hasta tumbar al enemigo. Creer en Dios.

IMG_5751Las normas son sencillas de acatar para los 127 hombres de la comunidad, menos para Eduardo Xóchitl. Tiene prohibido mirar de frente a un varón, saludarlo de mano o sostener una conversación siquiera. Amar a un par está penado con el exilio o el rechazo absoluto.

Ha oído hablar de otros homosexuales en la comunidad de San Sebastián, Zongolica, a dos horas de distancia caminado. Pero una relación amorosa se vislumbra imposible. “Mi madre me dijo que la deje morir en paz. Que no me quiere ver haciendo cochinadas”.

Hace dos años, Eduardo invitó a un amigo gay de Emiliano Zapata, Zongolica. La visita se acordó en secreto, en punto de las 20: 00 horas. Sus padres estaban entretenidos con los fuegos pirotécnicos de la feria patronal a la Virgen de Guadalupe.

Los amigos tomados de las manos, compartían sus malas experiencias como homosexuales.

-“Vámonos a otra ciudad, Lalo. Lejos de este mugre pueblo”.

Eduardo estaba tembloroso del miedo. Fue cuando los perros ladraron repentinamente. La puerta de madera se abrió.

-¿Qué puta madre estás haciendo, chamaco?

“Aquella vez mi papá me golpeó, era el mes de diciembre, corrió a mi amigo a patadas. Le contó a mi mamá casi chillando del coraje y me dijeron que me largara de la casa lo más antes posible”.

Su hermano, a manera de ayuda, le vendió en seis mil pesos un terreno de cinco metros cuadrados. “Ahí puedes hacer tus porquerías, me dijo. “Se siente horrible que tu familia te corra. Aquella vez chillé toda la noche, pensé en matarme; pero ni de eso soy capaz”.

Su vivienda está apartada del caserío. Se exhibe con morbo en las alturas de una loma. Pareciera que en Tlanecpaquila habita un leproso pecador de las historias bíblicas. La propiedad, refundida en la vida silvestre, sólo colinda con rocas de un verde cerro. Eduardo tampoco tiene vecinos.

Dueño de cuatro muros de tabique block y un piso de tierra. No cuenta con luz eléctrica ni agua potable. En el cuarto desolado, lo acompañan cuatro estampas religiosas, un sarape viejo, tres mudas, su oso de peluche y un machete afilado.

Eduardo Xóchitl está destinado a trabajar en el campo, es el único lugar que le da empleo. “Los contratistas que vienen por temporadas no saben que soy gay. Tengo que caminar derechito y hablar bajito pa’ que no se den cuenta”.

“En la finca donde corto Hoja Santa, cuando me acerco a las plantas, los campesinos se alejan. Dicen que no se juntan con maricas porque eso se pega. Ahí me la paso solito las diez horas. Yo nomás me agacho pa’ que no vean que me pongo a chillar”.

El trabajo en el campo no es problema para Eduardo, posee manos ásperas y pies curtidos. Suele superar la cuota de su padre, en un día recoge hasta 70 kilos de café, 140 pesos de paga. “De lo que gano la mitad le doy a mi mamá. Si es que quiero pasar a comer a su casa”.

Las jornadas culminan a las cuatro de la tarde. Eduardo es el último en salir. La gente se adelanta a paso veloz. El caminar a su lado es motivo de burla. Su regreso lo atormentan chiflidos y frases peyorativas en su contra: “Adiós, choto, choto“. “A veces me lanzan piedras a las patas”.

Al llegar a casa de su madre enfrenta lo más amargo en el día: el rechazo familiar. “Cuando entro, todos se paran de la mesa. Mi mamá acostumbra a calentar agua en la leña pa’ que cuando lleguen mis hermanos se metan a bañar. “Yo solo me doy de comer y me preparo el baño”.

“Aquí a todos les hacen mole y tamales en su cumpleaños. Yo llevo más de 20 sin que me festejen. Ni un abrazo me regalan. En esos días salgo a caminar allá a los montes, donde nadie me ve. Aunque me da miedo la soledad, ahí nadie me molesta”.

En una pequeña localidad, escondidas entre montañas, no sólo hay hambre y carencia de servicios básicos. Las costumbres se reproducen entre generaciones, privando de la libertad de pensar distinto como la de Eduardo.

“Me gustaría irme a vivir a un lugar donde no te volteen a ver como a un animal; pero no sé usar el teléfono ni la computadora, apenas sé leer y escribir. Me da pena hablarle a la gente. Lo más lejos que me he ido es a Córdoba y Orizaba”. A tres horas en el camión que sale del pueblo.

La entrevista llega a su fin. El tiempo está medido y las sospechas pueden aparecer. Eduardo Xóchitl antes de salir del consultorio médico comenta: “Me gustaría saber cómo hacerle para volverme hombre. Quisiera que mis padres me aceptaran; pero sé que eso nunca va a pasar”.

El hombre sale de la clínica arrastrando sus botas lodosas, con la mirada cabizbaja y los ojos cristalinos. Las mujeres, a la espera de medicinas para las barrigas lombricientas de sus hijos, les cubren los ojos para no absorber el maleficio.

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